Esta pequeña reflexión la escribí en mayo de 2020, justo cuando bajaba la que luego se ha llamado primera ola de la Pandemia. Han pasado 9 meses (febrero 2021), y estamos inmersos en la tercera ola.
Quiero recordar que mis primeros pensamientos en relación al COVID 19, allá por finales de enero o primeros de febrero, fueron los de que “aquí no va a pasar nada”. Aquí nunca pasa nada. Son los demás los que se mueren, yo no. Esto es un problema de los chinos. Pero no era yo el único. “Aquí, con el calor que hace, en cuanto llegue el bicho se muere” escuchaba a amigos, compañeros, pacientes. Es una actitud regresiva, infantil. Los bebés necesitan disociarse para crecer, dividir el mundo en buenos y malos. Pero ese funcionamiento parece claro que no desaparece nunca, dispuesto a salvaguardarnos de amenazas, de lo malo. Supongo que tiene que ver con la negación de nuestra propia muerte, que de alguna forma nos permite vivir. Vivimos disociados. Nuestra sociedad del bienestar ha venido a traernos una seguridad que en realidad necesita de la disociación para mantenerse. Autosuficiencia, inconsciencia, mirar para otro lado.
Parece que nadie podía imaginarse que iba a ocurrir lo que está ocurriendo. Y si alguien advierte del peligro se convierte en un aguafiestas, en el enemigo al que hay que combatir. Los demás tienen problemas, yo no los tengo.
Los acontecimientos nos desbordaron. Fue una semana trepidante. Distintas informaciones presagiaban el tsunami. El 3 de marzo desde la Dirección del Hospital se dio la orden de suspender las actividades formativas externas. Se anulaban los permisos para ir a esas actividades. El día 4 desde la Dirección de Atención Primaria se da la orden de no hacer reuniones con personas de diferentes Servicios. Y yo mismo suspendí una reunión con los compañeros de Atención Primaria fijada para el 5 de marzo. Pero creo que no empecé a ser consciente de la magnitud del problema hasta el día 11 de marzo. Teníamos la reunión de coordinación que el Servicio de Salud Mental del Hospital Macarena celebra mensualmente y en esta ocasión yo hacía de anfitrión. Era la primera vez que nos reuníamos en nuestro centro. Seríamos unas 15 personas de diferentes Unidades reunidas. Recuerdo las bromas de saludarnos al estilo oriental, o con los codos. Nosotros somos un servicio, no importa que trabajemos en diferentes edificios, en diferentes poblaciones, somos un servicio. Pero yo tenía la sensación de estar haciendo algo mal.
Qué difícil es aceptar que todo ha cambiado, que los diferentes encuadres con los que desarrollamos nuestra vida no sirven, que en estos momentos nada puede ser igual. Hay un enemigo implacable que nos amenaza, y nosotros podemos ser cómplices de su maldad aún sin saberlo. Pero puedes estar tranquilo, no pasa nada. Me llamó la atención un artículo de Joseba Achotegui cuando expresaba que la Salud Mental no es tranquilización, que es adaptación activa. Cada uno de nosotros sabe que cuando estamos con una persona en terapia “nos adaptamos a él”, que cuando unos padres tienen un hijo, se adaptan a él, que la humanidad no ha hecho otra cosa que adaptarse al medio para seguir creciendo, para seguir avanzando. Pero yo en esos momentos no lograba adaptarme activamente. Estaba desconcertado.
Por un lado, el enemigo está fuera, cualquiera puede contagiarme, debo mantenerme alejado de todo el mundo, pero por otro el enemigo está dentro, cuando somos incapaces de cambiar nuestras formas de actuación de un día para otro.
En mi desconcierto tengo la suerte de que personas a mi alrededor, alguno de mis compañeros, son capaces de pensar en clave de autocuidado, algo que parece que yo he olvidado. No vamos a reuniones, vale, pero además hay que suspender los grupos, (“siento dolor con esta propuesta”), el equipo se divide en dos, haremos turnos, nos ponemos batas, mascarillas (no tenemos), guantes, no recibiremos pacientes (¿vamos a abandonarlos?), haremos consultas telefónicas, teletrabajo. Lo primero es cuidar de nosotros mismos. Todo esto surge en una reunión informal del Equipo que al final traslado a un documento que hago llegar al Director de la Unidad.
Pero si mi desconcierto es grande, el de mi superior el Gerente del Hospital, todavía más grande, que solo se preocupa al principio, de la imagen que podemos dar si vamos todos con mascarillas por los pasillos del Hospital, en vez de preocuparse por nuestra salud.
Si esto es a la escala de un Hospital, me imagino que el desconcierto de los políticos, a todos los niveles, tuvo que ser impresionante y aún sigue siéndolo (fases de desescalada).
Desconcierto, desorganización, desbarajuste, caos, confusión. Y como nos organizamos, como nos ajustamos, como nos ordenamos. Como convivimos con la marea de sentimientos que esta situación nos está provocando. Con el miedo. Con la rebeldía, con el enfado. Del mensaje, todo lo puedes conseguir pasamos al mensaje, todo lo puedes perder. Pasamos el día pendiente de las noticias, de las cifras, de los comentarios, y cada uno lo vivimos desde nuestra parte más primitiva. Nuestra sensibilidad está a flor de piel. Necesitamos alguna referencia que nos aporte algo de seguridad. Qué impotencia.
Nunca había vivido nada igual, todo es diferente, las comparaciones con situaciones de guerra, de catástrofes surgen en nuestra mente, parece que vivimos una distopía, una película de ciencia ficción. Pero es la realidad. Tengo la suerte de poder ir caminando cada día a mi trabajo. Durante años he hecho más o menos el mismo recorrido cada mañana. Y que sensación de desolación. Apenas me cruzaba con dos, tres personas, en los casi 2 Km. de camino. Las calles seguían en el mismo sitio, las casas, los árboles, las pocas personas con las que tenía contacto, pero todo es diferente.
Podemos hablar de ansiedades catastróficas, al principio, esas que son capaces de desestructurar nuestro equilibrio emocional. De esas nos defendemos mediante la negación. Desde luego las esquizoparanoides han predominado después, en muchas esferas, y de ahí la disociación, los buenos y los malos. Pero curiosamente en mis pacientes, sobre todo en los más graves, Yolanda, Manuel, Concha por poner nombre a tres de mis pacientes psicóticos, lo que me he encontrado una y otra vez, son ansiedades depresivas, preocupación por mi estado, “está usted bien”, “cuídese” me decían unos y otros al despedirnos. Usted es tan importante para mí que no quiero molestarle con mis necesidades, pienso yo, cuídese.
Creo que el aplauso de las 8:00 de la tarde tiene que ver con esto, de ahí la emoción que despierta en una gran mayoría de las personas. Cuídense, gracias por su esfuerzo, gracias por estar ahí. Necesitamos del otro.
Y se me viene a la cabeza cómo el amor, el cariño, el cuidado, organiza. Y como la rabia, el odio, el maltrato, desorganiza.
Claro que nuestras herramientas como psicoanalistas son la observación, la interpretación, la vinculación, la capacidad de pensar juntos. Pero en momentos de desconcierto, de caos, de confusión es cuando más necesitamos del cariño, del cuidado como organizador.
Antonio de la Plata Caballero
Psiquiatra. Psicoanalista SEP (IPA). Psicoterapeuta Psicoanalítico ASPP (FEPP) Coordinador Unidad de Salud Mental Macarena Norte. Sevilla.