Correcciones sobre Narcisismo

20 junio 2020 | Conferencias

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1. Introducción

Rosalía, que habla de un tiempo en el que el dolor por la pérdida parecería superar la capacidad de elaboración, se dirige a aquellos que tienen que renunciar a lo conocido para animarles a lanzarse a la aventura: Ánimo, toda la tierra pertenece al hombre; la ignorancia no es el desconocimiento en sí, sino el no conocer otra cosa que lo mismo. No hay modo de salir de ella si otras tierras no son exploradas, si no nos atrevemos a afrontar lo desconocido, lo otro, el otro pensamiento, el enigma de lo que es ajeno y por ello extranjero. Sin embargo, hay al menos dos condiciones para que el éxito de la empresa se haga viable: Es preciso en primer lugar que podamos renunciar, tener la opción de no quedarse adherido a los signos de lo ya conocido, de modo que se haga así viable la apertura a lo nuevo y la permeabilidad al enigma de lo otro; es necesario además no perderse en lo desconocido, esto es el engarce de lo nuevo con lo propio para así poder llevar a cabo nuevas y más ricas tareas, ampliar la vida. Es que el pensamiento requiere tanto de lo mismo como de lo diverso: para poder pensar es precisa una base común, para poder pensar es además imprescindible que haya diferencias.

2. Aproximación al narcisismo

Aunque en sus tiempos iniciales el narcisismo es en el ser humano un movimiento de cierre totalizador frente a lo anárquico y polimorfo de lo sexual infantil, frente a lo desconocido de uno mismo, su consolidación sólo podrá darse en tanto esté presente el reconocimiento de la alteridad. Por ello el narcisismo es la vía necesaria para que se abra el camino a la elección de objeto: el amor a sí mismo, la clausura sobre sí, es lo que posibilita la apertura, la relación amorosa con el otro, doble vertiente que permite tanto su consolidación como la complejización del psiquismo. Complejización que se produce en el paso del yo ideal de los comienzos al ideal del yo, del ser amado por lo que se es al ser amado por lo que se puede llegar a ser, trayecto en el cual la apertura al mundo, al otro, es ineludible.

3. Hipótesis y objetivos

El objeto de esta presentación es señalar algunos aspectos que el descubrimiento del narcisismo pone de manifiesto, y su transcendencia tanto desde el punto de vista de la clarificación y profundización de la teoría psicoanalítica como en sus consecuencias para el abordaje de la clínica.

Hay sin embargo una línea de pensamiento que tiende a contemplar el narcisismo exclusivamente desde una vertiente psicopatológica y vinculado a lo antiobjetal, una concepción del narcisismo que sigue ciertas vías del pensamiento psicoanalítico, sustentadas en la misma obra de Freud. Obra que a lo largo de su curso muestra y oculta a la vez sus descubrimientos, lo cual no deja de ser un reflejo del funcionamiento de nuestro aparato psíquico, tal como sucede en la vida cotidiana y en la clínica donde las formaciones del inconsciente como los sueños, los lapsus, los actos fallidos y las formaciones sintomáticas de los neuróticos dan cuenta de un compromiso entre lo que el yo puede aceptar y lo que intenta dejar fuera de juego.

4. La seducción en la obra de S. Freud

La obra fundadora de Freud contiene no solamente el germen sino la inmensa mayoría de las aportaciones claves del psicoanálisis. Sus logros mayores son por una parte el descubrimiento del inconsciente sexual, que constituye su objeto, y por otra parte la doble invención del método y el dispositivo analíticos, modos privilegiados de acercamiento a esa realidad psíquica inaccesible -como Freud mismo señala- por otros medios.

Al mismo tiempo que por un lado resulta extraordinariamente rica y compleja en la medida en que en ella se encuentran diferentes líneas de fuerza (3) que sostienen su investigación, por otro lado esta obra se ve contaminada por el modo de funcionamiento de su objeto, lo sexual infantil inconsciente; y ello termina por dar lugar a puntos ciegos, caminos sin salida y verdaderos extravíos -como el del paseante que tiene su objetivo a la vista en la lejanía y se pierde en los vericuetos del camino- que la alejan de algunas de sus propias aportaciones. El destino de la teoría de la seducción, que pasa por su descubrimiento -es decir el descubrimiento de la prioridad del otro adulto en la constitución de lo psíquico inconsciente- en los años 1895-1897, y su posterior abandono formal, abandono que tuvo consecuencias cuyo alcance es difícil llegar a medir, representa uno de los ejemplos mayores de los efectos que sobre el pensamiento psicoanalítico ejerce el contacto con su objeto de estudio.

Esta primera teoría de la seducción -una teoría restringida en la medida en que se limitaba a lo psicopatológico y al terreno de los atentados sexuales-, iba siendo elaborada simultáneamente al descubrimiento del inconsciente y a la investigación de las relaciones entre represión y psicopatología; su abandono lo lleva a cabo Freud con una declaración radical que tiene el aire de una verdadera apostasía: “No creo más en mi neurótica”. Freud lleva a cabo este abandono tanto por la insuficiencia de los elementos a su disposición en ese momento -en particular la sexualidad infantil de la que no dará cuenta hasta los “Tres ensayos”, y el concepto de mensaje (4) – como por motivos relacionados con su propia persona; este abandono va a tener consecuencias mayores para la teoría psicoanalítica porque afectará profundamente al descubrimiento central de Freud, el del inconsciente. Un inconsciente que es sexual, pero no en el sentido de la “concepción popular” de la sexualidad, la sexualidad genital, sino en el de una sexualidad ampliada tal y como será puesta de manifiesto en “Tres ensayos de teoría sexual”: se trata aquí de una sexualidad anárquica -ligada al fantasma y a las zonas erógenas más que al objeto, tendente al incremento de la tensión más que a la descarga- e infantil, esto es relacionada con experiencias de la infancia individual -aunque presente en todo adulto-, ligada a experiencias de seducción, en relación con el otro adulto significativo y, last but not least, se trata de un inconsciente que como vislumbraba la incipiente teoría de la seducción, no es innato ni endógeno, sino constituido por represión.

El abandono de la teoría de la seducción tendrá una enorme incidencia en la continuación de la obra de Freud, al modo de un terremoto cuyas réplicas terminarán por afectar a la conceptualización de su descubrimiento mayor, el inconsciente. Un inconsciente que -a medida que la teorización freudiana se va desplegando- irá perdiendo su especificidad constituyente en beneficio del endogenismo -el ello originario que se planteará en la segunda tópica-, el recurso a lo filogenético como origen de lo fantasmático o el fundamento de lo pulsional en lo biológico dejando de lado el papel central del encuentro con el otro adulto (5).

5. Rescate y generalización de la teoría de la seducción por Jean Laplanche

Jean Laplanche otorga un lugar privilegiado al procedimiento de acceso al inconsciente elaborado por Freud, el método analítico, y aplica éste al análisis de la obra misma de Freud -no a su persona-, lo que le lleva a recorrerla en todas direcciones y le permite así poner de manifiesto sus aporías y extravíos, desembocando en la recuperación de la seducción como principio fundador de lo psíquico sexual inconsciente en el ser humano, recogiendo, matizando y ampliando las aportaciones del mismo Freud y proponiendo finalmente una teoría general de la seducción o Teoría de la seducción generalizada, cuyo eje articulador figura como título de uno de sus textos: “La prioridad del otro en psicoanálisis”.

Jean Laplanche denomina “situación antropológica fundamental” al encuentro inicial entre el niño y el adulto (6).

Sabemos actualmente que el niño llega al mundo en una situación de indefensión –debido a la insuficiencia de los mecanismos autoconservativos y a la necesidad de cuidados por parte del adulto-, pero al mismo tiempo con una gran cantidad de montantes o dispositivos psicobiológicos prestos a activarse en presencia del adulto. Nada queda de la vieja concepción que asociaba el sujeto infantil a una tabula rasa: el niño, dadas las condiciones adecuadas, es activo en el orden de lo vital autoconservativo -en el orden del apego-, pero se encuentra sin embargo desprovisto de un inconsciente en sentido estricto, es decir en el sentido de lo reprimido.

El adulto, por su lado, responde con sus cuidados y los intercambios propios del apego a la indefensión del niño, pero posee además un inconsciente sexual al que él mismo es ajeno. Un inconsciente que se activa de modo privilegiado en el encuentro con el sujeto infantil (7) y cuyos efectos se harán sentir inevitablemente sobre esta relación de apego bidireccional -que va tanto del niño al adulto como del adulto al niño- al introducirse ahí un plus, un exceso perturbador que necesariamente resultará traumático, ya que ni el niño ni el propio adulto disponen de las claves para evitarlo o dar cuenta de ello. Es en este sentido en el que Jean Laplanche habla de mensajes comprometidos por el inconsciente del adulto (8).

Así, el orden de lo autoconservativo queda perturbado (9), de modo que el niño se verá obligado a llevar a cabo un proceso de metabolización o traducción de lo que ha quedado implantado en él, con los medios limitados de los que dispone y aquellos otros que el entorno pueda proporcionarle a fin de hacerse cargo de aquello de lo que ha sido objeto. Una metabolización que deja para siempre restos: ya nunca será posible para el ser humano que somos cada uno de nosotros liquidar ese exceso inicial -fuente de la alucinación primitiva (10)-, que se ha implantado en nosotros antes de que se hubiese conformado un sujeto que pudiera dar cuenta de ello (11). Esto excesivo, de origen externo, pre y parasubjetivo, permanecerá siempre como ajeno, como un cuerpo extraño interno, pues es afuncional e irreductible. Su destino será quedar -en tanto resto o fracaso de lo metabolizado- como núcleo del inconsciente (y una vez constituido este, si se dan las condiciones adecuadas, poder ser objeto de sublimación).

6. La sexualidad infantil autoerótica

El autoerotismo -que para Freud es el primer tiempo o estado de lo libidinal, es decir el primer tiempo de lo psíquico, pero no de la vida- actúa como una primera vía que permite drenar el impacto en el niño del encuentro con el adulto. Por un lado, da cuenta del efecto que produce la introducción de lo pulsional libidinal en el individuo psicobiológico; por otro tiene una función canalizadora de esa excitación sobrante, abriendo camino a la simbolización futura. Corresponde pues al carácter de lo sexual infantil tal como les descrita en los Tres ensayos de teoría sexual: se trata de una sexualidad parcial, fragmentaria, vinculada por un lado a los lugares del cuerpo sobre los que se centran los cuidados que el adulto suministra -lo que convierte a estos lugares en zonas erógenas-, y al fantasma (12) por otro. Se trata del “primer estado de la libido” (13), que no es el primer tiempo de la vida, aunque se da en correspondencia muy temprana con sus comienzos sino el primer tiempo del psiquismo.

7. Introducción del narcisismo. Premisas para su constitución

Freud ya había establecido en cierto modo una secuencia que permitía comprender la sucesión y articulación de los tiempos o estados de lo libidinal desde 1911 (14), pero el estudio específico del narcisismo fue quedando relegado hasta la aparición del artículo de 1914, Introducción del narcisismo (15).

En este artículo, y tras rescatar el narcisismo del terreno de la perversión -en el que venía siendo colocado por el pensamiento psiquiátrico- y ubicarlo “dentro del desarrollo sexual regular del hombre”, se plantea una cuestión mayor, de enorme transcendencia: “¿Qué relación guarda el narcisismo, de que ahora tratamos, con el autoerotismo, que hemos descrito como un estado temprano de la libido?” (16) Y aquí aparece ese momento de “particular lucidez” (17) cuando Freud afirma: “Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo, el yo tiene que ser desarrollado (…) algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya”. Dos afirmaciones complementarias y trascendentes: primeramente, Freud señala con rotundidad que el narcisismo no es el primer estado de la libido -léase de lo sexual pulsional- y, por otro lado, destaca la necesidad de lo que denomina “una nueva acción psíquica”, es decir una operación que, implicando una transformación en el modo de funcionamiento del psiquismo, que dé lugar a la instauración del narcisismo y al surgimiento del yo (18).

8. La represión originaria y la constitución de la tópica

Esta “nueva acción psíquica” corresponde al momento de la represión originaria -noción que Freud utilizó como un recurso ad hoc destinado a apuntalar la teoría de la represión y del inconsciente, sin acabar de desarrollarla, con lo que termina por perder su lugar en la segunda tópica, al igual que se borra la idea de un inconsciente constituido por represión en beneficio del ello originario. La represión originaria es correlativa a la unificación de lo pulsional parcial y el sepultamiento del autoerotismo, es decir al surgimiento del narcisismo que da lugar al yo como primer objeto totalizado

El concepto de represión originaria pertenece al aparato conceptual del psicoanálisis, es decir a la metapsicología. Pero a su vez abarca diferentes facetas.

Por un lado, es la operación mediante la cual se instaura la tópica psíquica, en la que se pueden diferenciar un primer tiempo de inscripción de lo sexual vehiculizado por los mensajes del adulto en la superficie del cuerpo psicobiológico del niño y el posterior paso al interior (19) en el tiempo de la constitución del yo. Lo que implica que en este paso inconsciente y yo se originan al mismo tiempo, lo que da como resultado un psiquismo clivado y no uniforme, una tópica psíquica. En este sentido, J. Laplanche señala la función de la represión originaria como piedra angular de la construcción del psiquismo.

Por otro lado, la represión originaria se corresponde con experiencias concretas de la vida del niño. Se basa en la renuncia a lo autoerótico -el abandono del chupeteo y la limitación al erotismo oral (20), la educación esfinteriana con la correlativa renuncia al predominio del placer anal… Pero no se trata de una operación mecánica o preformada biológicamente (21): se da en el marco de la relación con el adulto y sujeta a los avatares de la relación con éste. Para que el yo se constituya es preciso haber sido objeto de respeto por un adulto que haya renunciado a apropiarse del cuerpo infantil, de modo que lo que transmita sea también esa renuncia. Es precisa una investidura amorosa por parte del adulto, un narcisismo trasvasante (22) que abra la vía a amarse a uno mismo en la medida en que uno ha sido amado por el otro (al mismo tiempo que este otro codifica y significa). Aquí, en este movimiento inaugural de la represión originaria, se encuentran las bases de la ética (23), tal y como el psicoanálisis puede plantearlas en su especificidad epistemológica, lo que posibilita renunciar al goce autoerótico por amor al otro y a sí mismo. De lo que se desprende que en la medida en que para constituirnos hemos tenido que recibir el amor del otro, el yo está siempre en cierto modo en peligro y por ello necesita constantemente ser trabajado. Pero no es lo mismo renunciar por amor al otro y a sí mismo que hacerlo en condiciones de temor o amenaza (24). Por ello este movimiento puede fracasar y con ello fracasar la constitución de la tópica psíquica.

9. Fallas en represión originaria y en la constitución del narcisismo. Implicaciones clínicas

La finalidad propia del psicoanálisis es la prolongación del trabajo en el paciente, es decir la interiorización del método; su efecto se deriva de la sublimación de lo pulsional, lo que se contrapone radicalmente a la idealización del objeto (25).

En “Nuevos caminos de la terapia analítica” (1918), Freud reflexiona: “¿no parecería lo indicado (socorrer al paciente) trasladándolo a la situación psíquica más favorable para la tramitación deseada del conflicto?”. Y en el mismo texto señala: “debemos aceptar también pacientes hasta tal punto desorientados e ineptos para la existencia que en su caso es preciso aunar el influjo analítico con el pedagógico (…). Pero eso ha de hacerse siempre con gran cautela: no se trata de educar al enfermo para que se asemeje a nosotros, sino para que se libere y consume su propio ser”.

El examen de la represión originaria -concepto prácticamente olvidado por Freud en la segunda tópica y retomado por J. Laplanche- permite también recoger y ampliar las aportaciones de la teoría de la represión a la psicopatología psicoanalítica, en la medida en que nos permite contemplar situaciones en las cuales aquella no está bien instaurada. Así ocurre en determinados casos en los que más que encontrarnos un inconsciente reprimido en el sentido estricto (que da lugar al retorno de lo reprimido y las formaciones de compromiso y sintomáticas), vemos funcionamientos regidos por lo compulsivo (26), con manifestaciones clínicas como pasos al acto, impulsiones, “flashes” – olores, frases, imágenes- que aparecen y se le imponen al sujeto sin ningún tipo de mediación, en lo manifiesto. El sujeto se ve llevado a un trabajo constante de freno a lo pulsional (27) debido a la insuficiente interiorización de la represión y el predominio de lo compulsivo, que dificulta la instalación de la transferencia (28) en la medida en que el sujeto psíquico está mal constituido y no hay capacidad para la sustitución metafórica que permita que el analista sea representante de otras figuras.

Por otro lado, las condiciones de producción de la subjetividad contemporánea se sostienen en ciertos enunciados enmarcadotes cuya incidencia en los individuos favorece la tendencia a la satisfacción compulsiva. Hay una lógica social del goce inmediato que dificulta el establecimiento de una mediación, de una distancia suficiente entre sujeto y objeto y la constitución del yo se ve comprometida al no favorecerse la renuncia. Lo cual no supone una ley inexorable a la que todo sujeto se vea sometido: el psicoanálisis no puede ahorrarse el explorar cada vez no únicamente las condiciones sociales sino sobre todo los modos de transmisión que se dan a través de la relación con los objetos primarios, modos de relación que se encuentran comprometidos de modo radical por la presencia de lo inconsciente en el adulto. Pero es constatable que vemos cada vez más pacientes que se encuentran en el borde de lo neurótico, lo cual nos lleva a la necesidad de trabajar en la clínica para establecer una capacidad yoica que es desfalleciente o no existe más que de modo funcional.

En estos casos lo traumático es traído sin velamiento alguno, constantemente actual, como una herida en la carne viva del psiquismo -como señala J. Gutiérrez Terrazas (29). De modo que resulta inaplicable el método analítico en sentido estricto, ya que éste tiende a la disolución de las formaciones defensivas, cuando lo que es preciso en estos casos es un trabajo de construcción y sostén ante lo compulsivo (30), tendente a la elaboración de un entramado simbolizante necesario para que el psiquismo se sostenga y el sujeto no se vea constantemente invadido por algo que lo atraviesa o se le impone y que es vivido como propio cuando no es sino el resultado de lo que se ha entrometido en él de modo desmedido. Es necesario establecimiento de puentes simbolizantes en un trabajo constante de simbolización y significación que posibilite al paciente a colocarse ante-frente a sí mismo y cuestionarse, cuando no funciona como sujeto psíquico sino como objeto de otro (31). El sentido de ese cuestionamiento es poner en marcha la convicción de la capacidad del sujeto para la autorreflexión. Más que desvelar un supuesto sentido oculto -“a Vd. Lo que realmente le ocurre…” (32) – se trata de facilitar la transición de la posición de objeto a la de sujeto (33).

10. Consecuencias de la introducción del narcisismo por Freud

La introducción del narcisismo en la teorización psicoanalítica permite establecer mejor la diferencia entre los órdenes adaptativo y pulsional. Freud venía situando hasta entonces al yo del lado de lo adaptativo; sin embargo, no se trata de una agencia innata, sólo secundariamente se hace cargo de lo instintivo, de la conservación de la vida. En la medida en que resulta de la “nueva acción psíquica” (34) que produce el paso del autoerotismo al narcisismo, el yo queda colocado del lado de lo pulsional, es decir de lo sexual, si bien -por ser efecto de la sublimación- regido fundamentalmente por lo sexual ligado, a diferencia del funcionamiento autoerótico en el que prevalece la desligazón. Con lo cual se abre una vía para comprender el campo en el que se despliega el conflicto psíquico, que ya no va a quedar situado como hasta este momento entre autoconservación y sexualidad, sino entre dos regímenes de funcionamiento de lo sexual: lo pulsional ligado y lo pulsional desligado.

Por otro lado, esta “nueva acción” que desemboca en la constitución del narcisismo no se puede dar de un modo mecánico o preformado –si fuese así no se podría explicar el posible fracaso de tal operación. El narcisismo precisa de un aporte libidinal de una calidad particular que proporcione al sujeto infantil las bases para la capacidad de sublimación, lo que no puede más que venir a través del otro de los comienzos. Lo que ya en la teoría de la seducción de los años 1895-97 estaba esbozado encuentra su fundamento: el origen exógeno de lo psíquico sexual. Lo pulsional tiene que venir de otro exterior que lo transmita, es efecto de una implantación, como lo define Jean Laplanche. Implantación que no consiste en un trasplante directo de lo que viene de afuera (35) sino algo que se inscribe a través de la acción (36) del otro. Lo que por un lado es necesariamente traumático al inscribirse en un tiempo en el que aún no hay sujeto (37). Y por otro coloca en primer plano la pasividad inicial ante el otro y ante lo pulsional -y no la “roca biológica” de lo femenino a la que Freud atribuye el núcleo de la resistencia al análisis en “Análisis terminable e interminable”.

Además, la introducción del narcisismo obliga a tomar en cuenta, al lado de una sexualidad desligada -autoerótica, anárquica, y sin referencia al objeto, “demoníaca” tal y como la denomina Freud en “Tres ensayos de teoría sexual”-, una sexualidad ligada por el amor del objeto. La constitución del yo requiere de ese aporte libidinal especial por parte del otro adulto, una investidura amorosa, ligadora y conjuntada; la “mirada narcisista” (38) que el otro aporta. Una mirada narcisicizadora que implica la renuncia del adulto a tomar el cuerpo del sujeto infantil como objeto de goce autoerótico, lo que posibilita investir al niño al mismo tiempo como objeto parcial -libidinizando e implantando lo pulsional- y como objeto total, dando así lugar al movimiento narcisista totalizador. Aunque al ser el yo ante todo objeto de amor -y no simplemente sujeto de conocimiento-, va a quedar para siempre en peligro ante el ataque pulsional, y necesita ser constantemente trabajado. Trabajo de elaboración psíquica, sobre la secuencia autoerotismo-narcisismo-elección de objeto, que no se limita a un momento único o particular de la historia del sujeto, por más que haya tiempos concretos de su establecimiento, sino de un trabajo que es necesario llevar constantemente a cabo, una y otra vez en la misma medida en que lo pulsional no cesa. En definitiva, la meta del trabajo analítico no es otra que su propia prolongación, la interiorización del método que permite la sublimación de lo pulsional.

Sin embargo, el descubrimiento del narcisismo pronto quedó relegado y desdibujado en la misma obra de Freud. En “Duelo y melancolía” -escrito unos meses después de “Introducción del narcisismo”, la distinción tan precisa entre autoerotismo y narcisismo ya no se encuentra. Termina por hacerse dominante la idea -prevalente en la obra de Freud- de una investidura presente desde los orígenes, el “narcisismo primario del niño”. Esta deriva se verá acentuada en el pensamiento posfreudiano: la pérdida de la diferenciación entre los estados de la libido y, fundamentalmente, la confusión del narcisismo con el autoerotismo lleva al olvido del carácter libidinal del narcisismo y al supuesto de un narcisismo originario al comienzo de la vida, y la concepción del narcisismo como un estado anobjetal, necesariamente de orden biológico y no libidinal, todo lo cual desemboca en la imagen prevalente de un narcisismo opuesto a lo objetal y por lo tanto colocado (de nuevo) del lado de lo patológico.

El descubrimiento del narcisismo y su radical puesta en cuestión de una concepción “constitucional” o endógena de la pulsión sexual y la necesidad del otro para su instauración va a quedar de nuevo olvidado en la obra no sólo de Freud sino también en la de los psicoanalistas posteriores, lo que ha terminado por colocar el narcisismo bien fuera del orden sexual, bien en paralelo con el autoerotismo y lo desligado y por tanto opuesto a la relación objetal, o como primer tiempo de lo libidinal dejando de lado lo autoerótico. Se hace preciso retomar las vías perdidas, como lo plantea la obra de Jean Laplanche para despejar el camino tanto para nuevos desarrollos teóricos como a un acercamiento a la clínica más preciso y acorde con la especificidad de la constitución de lo psíquico en el ser humano.

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Antonio Suarez – Algunas consideraciones Teórico-Clínicas sobre el Narcisismo

  1. El presente trabajo es deudor en gran medida de las aportaciones y el estímulo del Seminario impartido por José Gutiérrez Terrazas, y llevado a cabo en San Sebastián entre los años 2002 y 2013.
  2. Basado en la ponencia para la mesa redonda celebrada en la sede de la Asociación Española de Psicoterapia Psicoanalítica, en Madrid, el 26 de abril de 2013.
  3. Líneas de fuerza que se generan en y a partir de una reflexión constante sobre la clínica pero que también resultan a veces contradictorias.
  4. Esta ausencia de la categoría de mensaje en la obra de Freud ha sido repetidamente señalada por J. Laplanche.
  5. Véase la nota 8 a pie de página en Formulaciones acerca de los dos principios del suceder psíquico (1911), donde Freud describe la alucinación primitiva y la experiencia de satisfacción, relegando el papel del adulto al de simple sostén de la vida. Cuando en 1895, en el Proyecto… situaba en el encuentro entre el niño desamparado y el “otro auxiliador” nada menos que el origen de la comunicación y de la ética.
  6. Para Laplanche es situación antropológica en cuanto origen de la humanización, y es fundamental en tanto es universal e ineludible para todo ser humano, en cualquier situación, cultura o civilización.
  7. “La madre hace al niño el don de sentimientos originados en su propia vida sexual, lo acaricia, lo besa y lo acuna, y lo toma con toda claridad como sustituto de un objeto sexual con todas las de la ley” (Freud S. (1905), Tres ensayos de teoría sexual).
  8. Y no “mensajes inconscientes”: no hay mensaje inconsciente ya que la categoría de mensaje corresponde a lo preconsciente/consciente.
  9. Se suele decir: el niño busca la leche y encuentra el pecho; para ser más precisos habría que decir: se encuentra el pecho erógeno. La erogenidad del pecho en la mujer, el pecho como lugar de placer, ha sido uno de los olvidos más significativos en el desarrollo de la teoría psicoanalítica.
  10. Hay un primer tiempo pasivo, que no es un reflejo del otro, sino que corresponde a un procesamiento impersonal de lo recibido: la alucinación primitiva no es representación, sino su embrión; no es aún simbólica ya que no hay previamente representaciones para simbolizar, pero al mismo tiempo es la fuente insustituible de la simbolización.
  11. Precisamente por esto el orden autoconservativo queda completamente arrasado o trastocado por la introducción de lo sexual, de modo que lo autoconservativo en el hombre se apuntala en lo sexual, y no al revés.
  12. El fantasma es al mismo tiempo origen y producto de lo autoerótico. Si no hay ligazón por el fantasma, queda lo “en sí” encerrado en el sí mismo, sin referencia al objeto, lo que da lugar a fenómenos de desligazón, como los flashes en sujetos maltratados que el sujeto vive como propios, como algo intencional, cuando no es algo que se dirige al objeto sino un resultado de lo entrometido de modo brutal. No se trata de deseo al no haber ahí un sujeto que se dirija hacia el otro.
  13. Freud, S. (1914): Introducción del narcisismo.
  14. Caso Schreber: Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente. La secuencia que Freud plantea es: autoerotismo-narcisismo-amor de objeto.
  15. Y hasta ese momento colocado del lado de lo psicopatológico. Lo cual es reflejo de las dificultades para su abordaje el tema. En la carta a Abraham del 16 de marzo de 2014, Freud confiesa su impresión de que se ha tratado de “un mal parto”.
  16. Estado temprano de la libido, es decir, no de la vida. Es que el desarrollo de la libido no equivale al desarrollo madurativo. Lo sexual, como quedó establecido a partir de los Tres ensayos, no pertenece al orden de lo autoconservativo.
  17. Así lo denomina J. Laplanche.
  18. Transformación sublimatoria que implica el paso de lo parcial a lo total, pero que fundamentalmente supone el predominio de la libido ligada respecto al funcionamiento desligado propio del autoerotismo.
  19. Un interior del individuo que a su vez es externo al yo.
  20. En última instancia, se trata de la renuncia al cuerpo de la madre.
  21. Como a veces se puede desprender de un abordaje evolutivo-madurativo que vincula la estructuración del psiquismo más a una sucesión de fases predeterminadas que a un trabajo de elaboración psíquica.
  22. Tal y como Silvia Bleichmar lo denomina.
  23. Ética que tiene su base en la renuncia al goce del cuerpo infantil por parte del adulto. El reconocimiento de la alteridad es en primer lugar identificación del sujeto infantil como otro por parte del adulto, y no únicamente como prolongación o fragmento de sí mismo, de modo que el niño sea a la vez tomado por el adulto como objeto parcial (lo que permite la libidinización y la implantación de lo pulsional) y amado como objeto total.
  24. De modo que cuando la renuncia se lleva a cabo en determinadas condiciones, el yo va a constituirse frágilmente por las dificultades para la simbolización derivadas de la permanencia de un modo de relación con los objetos primarios que no permite la interiorización de la relación, con lo que los nuevos objetos van a quedar en continuidad metonímica con aquellos. La diferenciación adentro-afuera va a resultar insuficiente.
    Laplanche señala la necesidad de tener en cuenta, además de la implantación de lo pulsional –proceso “común, cotidiano, neurótico”, que se da de tal modo que permite la transformación e interiorización de lo proveniente del otro adulto-, otro proceso que denomina intromisión, su “variación violenta”, que obstaculiza las posibilidades de simbolización.
  25. Véase la declaración de Freud en Nuevos caminos de la terapia analítica (1918): “Nos negamos de manera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras manos un patrimonio personal, a plasmar por él su destino, a imponerle nuestros ideales y, con la arrogancia del creador, a complacernos en nuestra obra luego de haberlo formado a nuestra imagen y semejanza”.
  26. Lo compulsivo tiene que ver con la falta de instalación del principio de placer-displacer, principio que una vez instaurado permite que lo que es placentero para un sistema sea displacentero para el otro. Lo que ocurre es que Freud tiende a considerar el principio del placer como dado de entrada primario y por ahí queda dificultado el hacer este tipo de precisiones. En lo compulsivo no hay placer sino goce. En el goce la persona se ve obligada a funcionar y satisfacerse de ese modo siempre insuficiente y nocivo. No hay ahí sujeto gozando sino un sujeto en posición de objeto, gozado por el goce se podría decir. Faltante la apropiación del propio cuerpo, queda el efecto traumático de la apropiación por el otro del cuerpo infantil (como se da en casos de abusos, maltrato, etc.).
  27. Es decir, a un trabajo de contrainvestidura constante, lo cual no es lo mismo que la renuncia pulsional; esta última implica la interiorización de la represión. Represión que una vez instaurada libera al sujeto de este trabajo de tener que estar constantemente haciendo freno al ataque de lo pulsional.
  28. Ya que la transferencia solo se hace posible en tanto haya habido un otro que haya ofrecido un lugar que acoja al sujeto. Como consecuencia de ello, hay en estos casos una tendencia al rechazo de la labor analítica.
  29. Seminario sobre Introducción del Narcisismo. San Sebastián (2012-2013).
  30. Cuyo origen hay que situar en elementos mal reprimidos.
  31. En palabras de Freud (“Los caminos de la terapia psicoanalítica”, 1918): “trasladar (al paciente) a la situación más favorable para la tramitación … del conflicto”.
  32. La interpretación sistemática de la transferencia tiende a la culpabilización del paciente cuando en determinados casos no hay un sujeto propiamente dicho que pueda hacerse cargo de su deseo. En el otro extremo, el silencio radical ante un sujeto en necesidad de auxilio, esperando que de algún modo se dé cuenta y se autoorganice sin ayuda, resulta cruel.
  33. De modo que no se trata entonces del sepultamiento de un complejo de Edipo -inexistente o frágilmente constituido en estos casos-, sino de la construcción del Edipo como articulador entre por una parte el reconocimiento de la alteridad y por otra la conjunción de lo erótico y lo amoroso.
  34. Cf. Introducción del narcisismo.
  35. Ya que lo que ingresa en el psiquismo no es ni la realidad objetiva ni el total de lo vivido, sino elementos que entran descualificados, es decir, habiendo perdido su conexión con el conjunto. Lo que Freud, en su carta a Fliess del 6 de diciembre de 1896 denominaba “signos de percepción”.
  36. Acción erógeno-traumática debida a la introducción de un “plus” de orden sexual en el orden de lo autoconservativo. Y así se abre una vía para la reconsideración del traumatismo psíquico, ya no únicamente del lado de lo psicopatológico, sino desde una concepción que sostiene el origen traumático de lo psíquico.
  37. Por ello, por establecerse en un tiempo pre-subjetivo, dejará para siempre restos irreductibles a la transformación. De ahí que lo inconsciente, contra lo que suponen ciertas perspectivas clínicas que vinculan el trabajo psicoanalítico a su progresivo “vaciamiento”, quedará para siempre en un plano para-subjetivo y por ello fuente de la vida psíquica y al mismo tiempo de sus perturbaciones.
  38. S. Bleichmar denomina “narcisismo trasvasante” a este aspecto imprescindible del aporte libinizador del adulto, de la madre.